Daniel Rondinoni y Ana María Gayoso son milongueros que bailan juntos desde el 2003. Los conocí en la Milonga la Rosa de Carolina Couto, donde todos los domingos por la tarde los puedes encontrar sentados en la misma mesa de la esquina, esperando música que despierte su pasión, antes de levantarse a bailar, siempre juntos. En una ronda de cientos de bailarines compitiendo por el espacio, Daniel y Ana parecen estar siempre bailando solos en la pista. Su compromiso mutuo es tan profundo que parecen estar en otra dimensión temporal y espacial. No es sólo la forma inusual de su abrazo lo que resulta tan sorprendente (frentes juntas, manos entrelazadas suspendidas encima de sus hombros), sino también su capacidad para construir un mundo en el que nadie más puede penetrar. Mi desafío como cineasta fue traducir la intimidad de su baile al filmarlos a ellos dos solos bailando, ya que su profundidad es palpable cuando están bailando entre otros bailarines. ¿Podría su forma de crear un mundo animarnos a imaginar lo contrario, es decir ver una pista de baile llena de gente donde ellos bailan solos?

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Mientras que la mayoría de los milongueros busca el placer de descubrirse a sí mismo de nuevo en el abrazo de cada nueva pareja, Ana lo encuentra en redescubrir una conexión con Dani cada vez que bailan. Ella me confesó: “en cada tango que me abraza es un nuevo abrazo para mi.”